Este invierno me está matando. Quien pensó que podía ser una ventaja liberarme de tantas lanas húmedas en esta fría estación del año, pues se equivocó totalmente. Por estos días una garua sin personalidad, pusilánime, se ha ensañado con las calles de Lima y esa garuita hedionda produce un cosquilleo tal en mi cuerpo, que salir se han convertido en una suerte de tortura.
Por ejemplo, hace unos días observaba en medio de la garua a un tipo «meando», es así como llama E. a los que orinan por la calle, «meones de m…». El señor meón dibujaba líneas en una de las palmeras que adornan la ventana de la casa. Yo daba vueltas por el jardín y al verlo decidí echarle una mirada de indignación, una mirada ruda y fiscalizadora, ustedes saben, para inhibirlo y llamarlo a la reflexión, pero de pronto solté una carcajada, la garuita inoportuna solo atinaba a sacar de mi cuerpo risotadas incontrolables, risitas estúpidas ¿Qué es esto? ¿Dónde están mis lanas? Yo quería ser dura y solo lograba arrancar sonrisas del señor meón, casi pordría decir que lo entretenía mientras dibujaba de chorro en chorro un tres en raya en mi palmera. Conclusión: esta vida sin piel mata. Prefiero llevar mis lanas hediondas, pegadas como una mazamorra mojada a mi cuerpo, pero una mazamorra que al fin y al cabo me protege de este frío y de sus insoportables micro gotas. Prefiero mis lanas apelmazadas a tener que andar por el mundo sin poder expresar mis puntos de vista o, mejor dicho, sin poder trasmitir la bronca que me producen los señores meones y la pena que me dan los árboles, víctimas de las inoportunas y hediondas agüitas amarillas.
Sí, ando molesta, tengo frío, llueve y, por lo tanto, sigo riendo.
(Les dejo esta canción «Mi agüita amarilla» de Los Toreros Muertos»