Desaparecí por un tiempo porque una relación consumió los últimos cuatro años de mi vida. Dejé de ver a E., me mudé a otra casa y experimenté eso que ustedes los humanos llaman la convivencia. Lo extraño es como comenzó toda esta historia. Recuerdan ese episodio en la playa, pues ese día, ese mismo día en el que trabajaba en la necesidad de definir mi rol protagónico en la playa, pues mientras intentaba eso que llaman zambullirse, una corriente me tiró hacia abajo, me sumergió en una especie de licuadora de arena, me lanzó hacia la derecha, izquierda, arriba, al lado y luego me escupió en la orilla, brutalmente.
Mientras trataba de recuperarme de la vergüenza de ser observada por los veraneantes que no terminaban de salir del asombro de ver una oveja pelada, llena de sal y arrastrándose como un zombi por la arena, una pata amiga me ayudó a levantarme de ese rincón adornado con un cartel gigante que decía: humillación. Cuando lo vi, supe que de alguna manera que él entendía por lo que estaba pasando, se trataba de un perro chino con un flequillo amarillo impecable, perfecto y un look calato idéntico al mío. Los primeros minutos solo atiné a permanecer callada, sobre todo porque ladraba, me ladraba como si fuera uno más de su clan. Entonces, cuando renunciaba a la posibilidad de establecer comunicación con él, es decir, emisor, receptor, mensaje, código y todo el rollo lingüístico que todos conocemos, sus ladridos se convirtieron en un perfecto castellano, impecable y desenfadado. Entonces, solo en ese momento, le dije: Gracias. Algunas semanas después, cuando volvimos a vernos y salimos a caminar y correr por los parques, me percaté que F. no había caído en la cuenta de que yo, era una oveja. Pensé que sería evidente con mis balidos, un poco roncos sí, pero balidos al fin y al cabo. Entonces, una tarde, mientras conversábamos de lo mismo que hablan todos en los últimos días, sí, el corredor azul y la ostra de Castañeda de no querer revelar la lista de quienes financian su campaña, le dije de pronto, en medio de un discurso sobre combis, informalidad y bronca, mucha bronca por la baja tolerancia de los limeños al cambio, en ese mismo momento, grité: SOY UNA OVEJA.
F. solo atinó a acercarse lentamente, tocar la piel de mi lomo y decir: es cierto Oveja, tu piel además es cien veces más suave que la mía ¿qué crema o aceite usas? Le dije que ninguna de esas opciones, que simplemente esa era la textura de mi piel, que así había venido al mundo y que estaba pelada porque no toleraba esa pegajosa combinación de lana y sudor. Nos miramos, por unos pocos segundos, y solo atinamos a convertirnos en un gran ovillo calato y rodar por el jardín. Y bien, en esa historia anduve sumergida los últimos cuatro años de mi vida. Ayer acabó esa relación y estoy ahora concentrada en tratar de encontrar a mi querida E. Espero que pueda leer este post. Comparto una de sus canciones favoritas.
Buenas noches!